Javier y Lucrecia se iban transformando poco a poco de desconocidos a compañeros de cena para luego llegar a ser una inspiración para mí. Me encanta hablar pero esa noche podría haberla pasado entera escuchando y mirando el brillo de sus miradas, una mirada de narrador cuya historia conmueve incluso a quien la esta narrando.
Él tendría unos 30 años, ella más joven. Ambos con el pelo largo, liso, ella negro carbón y él marrón oscuro, afeitado cuya cara se notaba que se cuidaba mucho. No tengo y ojalá la tuviera… alguna foto con ellos.
Mientras compartíamos cena y alumbre, les cuento lo que ellos me contaron:
Javier trabajaba en una fábrica donde a pesar de no estar a gusto en ella, era su sustento económico y con la ventaja de que su puesto de trabajo era fijo. Aun así “las vibraciones no eran las buenas” –decía Javier “llegaba a casa y mi mala onda la descargaba contra Lucrecia y realmente no sé como aguantó.” “Te quería mucho Javier” –añadió ella.
Javier continua diciendo que previo a todo eso él estudiaba teatro y lo dejó sin terminar por la falta de economía y la necesidad de trabajar. Dato que añade así de golpe para yo poder entender lo que sigue:
“Un buen día exploto, dejo el trabajo y al llegar a la casa le digo a Lucrecia que se acabó, acababa de dejar mi trabajo y nos íbamos a ir de vacaciones por Latino América por un tiempo”.
“A día de hoy seguimos en ese espacio de tiempo” –me recalca Lucrecia mientras apañaba la leña de la lumbre.

Yo les pregunto cuánto hace que empezó ese “tiempo de vacaciones” y la respuesta fue un cuatro. Cuatro meses? No… Cuatro años! Ahí me noquean por primera vez y mientras asimilo esos años de vacaciones Javier continua:
“Gracias a un compañero que tuve en el curso de teatro conseguí un curso de estatua viviente”
“Estatua viviente?” –pregunto,
“Si” –responde.
“Desde entonces viajamos por Latino América de pueblo en pueblo, nuestro itinerario sigue los festivos de cada lugar y los dos vivimos viajando de lo que gano gracias a la voluntad de la gente”. Me noquean por segunda vez! Yo alucino mientras les veo hablar de su historia.
Lucrecia me explica que ella se encarga de mantener los distintos trajes que llevan en un carrito, cose las costuras rotas a causa del desgaste y el viaje, mantiene las pinturas doradas con las que se pinta Javier la cara y los vestidos y consigue que les levanten más a menudo;
“Si Javier fuera sin mí con ese carrito y la mochila se pasaría las horas en la carretera haciendo dedo” –añade sonriendo buenamente.
Javier corta las palabras de Lucrecia para exponerme un ejemplo tal que así:
«En Cordoba pagué un mes de hostel para los dos y en una semana trabajando de estatua por los feriados colindantes a la ciudad ya recuperé el dinero” Resumiendo, tres semanas para acumular dinero ahorrado y seguir viajando.

Más motivación de camino a la catarata Corbata Blanca
La noche pasaba y nadie se quería acostar, escuchaba sus historias por Brasil, Colombia, Peru… todo el norte del continente disfrutó de la estatua viviente. Les conté mis viajes por Europa, mis días de trabajo en el Submarino (historietas que les fascinaron), les conté también que ya no trabajaba en la Armada y al igual que ellos, dejé todo por viajar y vivir de otro modo.
Si podía tener dudas de mis actos meses atrás cuando dejé un funcionariado… ver la felicidad en sus rostros, escuchar como luchaban día a día por vivir como a ellos les gustaba, a mí me motivaba! Me canalizaban su fuerza con cada una de sus palabras y me sentía con ganas de comerme el mundo! Sus comodidades eran una carpa doble, hostels si la voluntad de las personas les era favorable, a veces tomaban algún bus para llegar a tiempo al feriado de alguna localidad pero hacían autoestop por costumbre.
Su humildad rebosaba en cada una de las carcajadas que se escapaban por el motivo que fuera. Fue una gran noche yo dormí cual niño deseando soñar con todas esas historias que me acababan de contar.